Cuentan que en un lugar recóndito se encontraba la isla Lavática. Era pequeña y sus montañas la bordeaban, de modo que desde sus entrañas se divisaba como un gran habitáculo circular. Cubierta en su totalidad por plantas y árboles de agradable apariencia, podría definirse como aquel lugar idílico en el que cualquier criatura desearía vivir.
Después de una fuerte marejada situada en las cercanías de su costa, llegó un día, un ciervo, que cogiéndose a una rama había logrado burlar el trágico destino que le tenían reservado las parcas. Siendo muy trabajador, y sabiendo que a las montañas les gustaba el frescor y la humedad selvática, pues de otro modo el Viento y el Agua no dudaban en arañar grano a grano su cuerpo para transformarlas en meras mesetas áridas, se dedicó al cultivo de árboles y plantas. Las Montañas, a la vista del buen hacer del ciervo, no vacilaron en hacerse amigas de éste, de forma que le complacían concediéndole todo lo que el ciervo les pedía.
El ciervo les pidió, que dada su vida de ermitaño alejada de las demás criaturas del planeta, le proporcionasen alguna distracción de la que pudiera gozar. Oído esto por las Montañas, dejaron reposar en sus lomos la nieve, proporcionando al ciervo auténticas autopistas de deslizamiento a través de ellas, siendo este hecho de su agrado.
Pasado alrededor de medio año, el ciervo, les dijo a las Montañas, que habiendo estado disfrutando del hielo durante un largo período, preferiría de algún entretenimiento más sereno y menos alocado. Oído esto por las Montañas, permitieron que los rayos luminosos se posasen sobre ellas, generándose así un sinfín de cascadas en sus faldas y apareciendo en el centro de Lavática un lago de amplio caudal. Dado que el ciervo era amante del ejercicio de caminar por el agua sin hundirse, también este hecho agradó mucho al animal.
El agua del lago era tan pura, que su color era el de la isla, más viendo el ciervo que el agua estaba muy fría, pidió a las Montañas que elevaran su temperatura. De muy buen grado las montañas permitieron que se filtrara parte de su calor templando al agua. Lo hicieron de forma que en muchas ocasiones aparecían burbujas en la superficie del lago, reflejando su ebullición. A veces, las Montañas, para dar esplendor al lago, causaban un chorro ascendente de agua en su centro. Era tal su tamaño, y emanaba con tal intensidad que en su caída formaba olas multiformes en sus orillas.
Haciéndose cada vez más laboriosa su tarea agraria, el ciervo quiso disponer de metales que le permitiesen la construcción de herramientas más sofisticadas de las que tenía, las Montañas le concedieron pirita y cobre entre otros metales.
Acercándose la fecha en que naufragó el ciervo sobre la isla, quiso el animal construirse un refugio en el cual aislarse del frío que acompañaba la caída de nieve. Por ello, estando alejado del lago, pidió a las Montañas que le permitieran asentarse cercano al sinclinal. Si bien las Montañas próximas al ciervo entendieron correctamente su proposición, no ocurrió así con las situadas en el extremo opuesto de la isla, habiendo entendido que el lugar elegido era el litoral.
Comenzó una batalla dialéctica entre las Montañas, sin que el ciervo pudiese mediar, puesto que a penas tomaba palabra, todas ellas muy orgullosas le hacían silenciar. Decían pues, unas Montañas que les parecía completamente singular que se situase la choza en el sinclinal, siendo el litoral de un clima más agradable y pudiendo disponer del océano para la recolección de crustáceos muy apetecibles al paladar del ciervo. Respaldaban las otras Montañas que sin duda era el sinclinal, lugar abrigado de vientos y humedad, donde resolvía el ciervo a poner su lecho.
Como no se ponían de acuerdo, se enzarzaron en una despiadada lucha, comenzaron a arrojarse mutuamente piedras incandescentes para lesionar a la parte contraria. Lavática se convirtió en un sin fin de ríos, rojo sandía, fluyendo por él y mostrando las heridas producidas por las dos partes. Tal era el furor de unas para con otras que anocheció tempranamente en la isla agrietándose y descomponiéndose su perfil en apenas dos amaneceres.
Apaciguados los ánimos, contemplaron todas ellas el error perpetrado y se lamentaron de lo ocurrido. El ciervo, fiel amigo de las Montañas, yacía en la vera del lago. Durante mucho tiempo se avergonzaron de los actos acaecidos, y viendo las fatídicas consecuencias de su enajenamiento, determinaron que hechos como este no se repitieran.
Estuvieron las Montañas deliberando el mejor modo de prevenir un nuevo malentendido, acordándose finalmente que para que todas las partes tuviesen constancia de lo que sucedía en el interior de Lavática, se voceasen los sonidos emitidos en ella, de modo que, propagándose de unas a otras, llegaran a todos los confines sin distorsión alguna.
Pusieron a prueba este acuerdo y obtuvieron unos resultados tan gratos, que todas las Montañas de la biosfera terrestre se acogieron a él.
No está mal, pero ganaría puntos una versión algo más libre de la historia.
ResponderEliminarSaludos.